“& como
surgida del claroscuro mismo de la noche
aparece una niña
con los puños embarrados contra los muslos
repitiendo 1, 2, 3 veces:
Yo no soy un
objeto sexual, no lo soy robots,
estoy viva / como un bosque de eucaliptos”
(Mario Santiago)
Este
es un relato sobre Clotilde Arrayán, quien ha descifrado los límites entre las
palabras y las cosas empapándose en las aguas del río del ser. Cosa más
dantesca que la empresa de romper las lenguas de los poetas y, a saber,
utilizando su mismo lenguaje; sus posturas y movimientos de manos, sus formas
de caminar por la vereda e incluso ha adoptado la figura de quienes se han
puesto a improvisar una Enciclopedia o bien un salivario, bestiario imaginario
de sílabas y escupitajos (cuyas características son eminentemente
circunstanciales ya que han sido utilizados solamente en defensa propia, como
el ai ferri corti) cargados de
imágenes aprendidas (¿o aprehendidas?) en calles y universidades desconocidas
para dios, para la policía y para ella misma, por lo que se vio obligada a
buscar ciertas huellas dejadas como pistas para quienes están destinados a la
sensibilidad: Arrayán estaba destinada a convertirse en rapera.
¿Es
este es un relato sobre cómo Clotilde Arrayán descifró los límites entre las
palabras y las cosas o sobre cómo ella misma descubrió su sexualidad? La
lengua, como bien han planteado algunos investigadores, es dinámica y requiere
de cierto trabajo muscular así como de cierto trabajo conceptual en tanto dicha
lengua se mueva y se ejercite a diario, devore sinónimos y nomenclaturas que
permitan trasladar la lengua a otros planos que permitan preguntarse, por
ejemplo, qué tan yakuza es Clotilde Arrayán, quien a un diccionario le practica
el harakiri, alegoría de la masturbación, a base de cierta caligrafía china que
permite visualizar no flores sino primaveras percibidas como un rastro de
lapicera azul reventada en el bolsillo izquierdo de su pantalón cuya tinta es
un rastro de su menstruación que no es ajena a los fenómenos de la lengua, pues
esta posee ciertos tintes para delimitar fronteras entre las palabras y las cosas,
dirán, una histérica sin remedio que logró conocer la palabra dildo justo a tiempo y que, sin embargo,
reconoció la falacia de Freud: «El pene
es un dildo de carne». Las histéricas mienten y mienten bien, pero la
intención de Clotilde Arrayán es decir la verdad bajo el principio de que para
rimar se debe remar en las palabras y, aunque se deba recurrir a actos de
juglaría, no hay que olvidar que para tal mester es necesaria la genialidad y
la criminalidad: Una lengua bífida. Una mina brígida. Rimas como serpientes.
Sílabas que atraviesen dientes. Fonemas que no están de más para retratar la
historia de una niña con los puños apretados para retar a duelo a los poetas,
declarándose como una de las más ricas mijitas francesas (incluso más que
Rimbaud) y de una vez por todas salir de la suspensión de las palabras atadas
al medio acuático del río del ser: Clotilde Arrayán estaba destinada a romper
el acuario.
Este
era un relato sobre Clotilde Arrayán, quien hubo descifrado los límites entre
las palabras y las cosas empapándose en las aguas del río del ser, aguas cuyo
continente solía ser un acuario, acuario cuyas paredes de vidrio fueron
derribadas por la descarga acústica que Arrayán de forma hidalga ejecutó en su
contra: Un rap con vagina para derribar mitos sobre las palabras y la
sexualidad escrito como un ejercicio de flaneur para aclarar que está viva, que
cada palabra emanada y sus retazos son relatos que, como retratos, documentan
sus manos al moverse con los movimientos intrépidos de la lírica que las pistas
le conceden para en 1, 2, 3 hilar sílabas a fonemas para siempre decir un poco
más, ir más allá, pues hay personas que esperarían toda una vida para eyacular
y no por poner a prueba su estoicismo sino por temor al delirio de los cuerpos
y a la fiebre de las palabras o en otras palabras, a andar sin timón y en el
delirio y tener tendencia a querer habitar
esa falsa mansión enseguida evaporada
en bruma que propuso Mallarmé. Ante este estado del arte, Arrayán propuso una
vía de escape subalterna o, a quien le parezca, callejera y dotada de ciertas
licencias que a una reina japonesa le corresponden: Utilizar a su antojo los
haikús, no al antojo de la caligrafía.